jueves, mayo 18, 2006

El Ying Yang Cocalero

Después de 10 años, vuelven los cocaleros. No es que se hayan ido, pero alrededor de algunas de las protestas que se están dando en el sur del país puede verse la presencia de cocaleros. Algo que no se puede ignorar, a pesar de que Colombia no es Bolivia, donde el presidente actual ha llegado a ser el dirigente cocalero Evo Morales. Lo que hace buena parte de la diferencia es que la mayoria de los miles de cocaleros colombianos han asumido una actividad hoy ligada al narcotráfico como una necesidad económica, no por una tradición cultural milenaria de orígen indígena.

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Siendo así, no se puede negar que esas marchas tengan un totalmente justificable componente de protesta popular, pero vemos también que en cierto grado han tenido alguna instrumentalización por parte de las FARC. Lo uno no niega lo otro, el ying no niega el yang, porque ambos lados de la moneda están presentes y sería irresponsable no ver toda la complejidad del caso, por querer criminalizar toda la protesta o solidarizarse con la misma.

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Empiezo por decir que lo de las FARC no es simple paranoia "U"ribista. Para la muestra un botón: Se ha revelado un grafitti actual en la zona de las marchas, que hace alusión al llamado Movimiento Bolivariano de "Alfonso Cano" y sus secuaces. Otro: En 1996, un campesino fue capaz de decir que "nos obligaron a marchar voluntariamente", lo que deja ver que sí hubo alguna presión armada de las FARC para motivar sus marchas, más allá de su voluntad. Y uno más: En 1997, el líder campesino Abelardo Tejada Durán fue asesinado por las FARC, quienes lo acusaron de haber sido "gobiernista" durante las negociaciones de los cocaleros con el gobierno.

Nada de lo anterior hace a los cocaleros (ni a los otros) meros peones guerrilleros, como tal vez quisieran denunciar algunas autoridades, pero es que ellas nunca ven más allá de la criminalización que requiere el uso de la fuerza policial. Esa es una visión superficial, pues esas marchas son multipropósito: les pueden servir justamente a los participantes, pero también a los intereses de las FARC que se mueven entre bastidores.

Por un lado, existen reclamos que responden a una vieja traición. En 1996, con sus movilizaciones los cocaleros llegaron a acuerdos sobre desarrollo alternativo con el (des-)gobierno de Ernesto Samper Pizano, que evidentemente no se cumplieron y que desde entonces han quedado en el limbo. Por el otro, las FARC mantienen un claro interés en minimizar su perfíl criminal-armado y maximizar su lado "socio-político" ahora que estamos en época de elecciones.

Tampoco podemos olvidar que en La Macarena, donde está en marcha un ambicioso programa de erradicación manual que también ha enfrentado críticas y obstáculos, hay un bastión donde las FARC hasta tienen sus propias tumbas. Entonces, ¿qué mejor que "invitar" a los colombianos en general a votar, y a los de sus zonas de influencia a marchar? Y si el estado los recibe a bolillo y bala, mejor para ellos, pues se ganan su simpatía y canalizarán su odio.

Debo recordar que en el pasado he sido crítico de la fumigación aérea, por razones tanto sanitarias como ecológicas y diplomáticas, pero no tengo ninguna de esas objecciones contra la erradicación manual, que debe continuar ya que es definitivamente un método menos perjudicial. Otra cosa es que el estado tiene que dejar de criminalizar automáticamente a las protestas y a los cocaleros, en vez de brindarles reales alternativas para que no cultiven más coca, sin olvidar que es cada vez más necesario abrir un debate profundo sobre la (in-)conveniencia nacional de las políticas prohibicionistas mundiales.

Pero al mismo tiempo no se debe dejar que las FARC aprovechen impunemente las coyunturas electorales y las movilizaciones con causas justas para sus propios fines politico-militares. Debe encontrarse la manera de lidiar apropiadamente con ambos aspectos de la situación porque, si dejamos a un lado cualquiera de las partes del problema, nos va a salir muy caro a todos.




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