miércoles, mayo 17, 2006

Qué Pena Me D.A.S.

Algo tardíamente, pero creo que vale la pena volver a hablar un poco sobre el tan cuestionado DAS (Departamento Administrativo de Seguridad). Esa institución tan poco popular entre los colombianos, pero paradójicamente tan colombiana.

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¿Porqué lo digo? Porque lo del DAS no se trata sólo de un problema de ahora, uno de esos que se solucionarían fácilmente si Álvaro Uribe se va a mejor vida éste año, aplicando el complejo de Adán en el sentido inverso.

Es claro que hoy estarían involucrados bastantes instituciones y personalidades, pero la realidad va allá de la suerte de los Nogueras, Garcías y la del mismo Uribe. El del DAS es un problema que han compartido muchísimas personas a lo largo de la historia de Colombia. Presiento que demasiadas, quizás, como para querer llevar la cuenta.

Suficientes como para apenarse del DAS que tenemos, sin duda, pero también de nuestra Colombia entera. No es el DAS quien tiene prisonera a Colombia, como dicen algunos, sino es el DAS quien es prisionero de la Colombia que tenemos. El DAS no es sino una institución más, ni más ni menos, no el orígen de todo mal.

El DAS actual es hijo de la polarización y el odio que han permeado por décadas a la institucionalidad colombiana, y no son nada nuevas las denuncias de espionaje, paramilitarismo, fraude, tortura y violencia que hoy lo afectan. Si serán todas ciertas o apenas algunas de ellas es algo que desconocemos, pero la situación no dejará de ser grave.

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No es díficil entender que las estructuras del DAS y de la comunidad de inteligencia de por sí no ayudan a la transparencia de su funcionamiento y de las investigaciones que quieran penetrarlas. Ambas conforman una red lo suficientemente compleja como para fomentar la existencia y proliferación de actitudes y acciones cuestionables, sin que haya el debido control judicial y legal.

En parte, eso es propio de las agencias de inteligencia: el estar al borde de la ley, cuando no en franca violación de la misma en cuanto el deber lo requiera. Todo eso se oculta, por regla general, pero es un secreto a voces. Eso sí, no es ningún monopolio colombiano.

Pero a la vez es algo que sí está ligado íntimamente a una Colombia y a unas instituciones carcomidas por el cáncer del odio y del egoísmo, que aumentan la corrupción y la violencia. No se salva de ese cáncer ni el estado y sus instituciones, ni los diferentes actores extra-estatales. No se trata de hacer un catálogo de señalamientos mutuos, pues sería interminable y al mismo tiempo bastante inútil al estar lleno de especulaciones y más de una calumnia. Se trata de aceptar que el DAS no es más que un ejemplo representativo de un conjunto mayor: Colombia.

No por ello se debe dejar de exigir la verdad, de exigir justicia. El gobierno de Uribe debería responder y asumir las responsabilidades que implique la penetración paramilitar del DAS por "Jorge 40" y compañia, además de lo que ha sucedido en otras entidades. No se debería pasar de agache, de acuerdo, pero hay que saber dónde estamos parados, y no es "ad portas" de ningún paraíso terrenal.

Por lo tanto, no tiene sentido pedir que se arme una hoguera para quemar todo el DAS, a la manera de ciertos patrones del pasado. Mientras no haya una ruptura en la sociedad que acabe con el odio, como lo sería por ejemplo el fin de nuestra actual confrontación armada, no sirve de nada un cambio meramente gubernamental o burocrático en el DAS. Hay que hacer más que eso. Si no, los problemas no se habrán quemado, sino que renacerán de sus cenizas y simplemente pasarán a otra entidad, en el mejor de los casos.

Es enteramente posible que el DAS pueda depurarse algo hoy, mañana o pasado. Pero el tener o no un DAS más limpio, al lado de muchas instituciones todavía débiles en una Colombia muy vulnerable al odio (sea anti-comunista o marxista-leninista), no es más que cambiar el color y la marca de las cadenas que nos apresan. Cadenas que nosotros mismos hemos fabricado, creyendo que así algún día las vamos a romper.




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