domingo, junio 05, 2005
Intolerancia
Intolerancia. Si tuviera que resumir en una palabra los problemas que ha tenido Colombia desde su independencia, creo que ese término sería el más apropiado. Desde la época del conflicto entre Santanderistas y Bolivarianos, pasando por las guerras entre Liberales y Conservadores hasta llegar a nuestra debacle actual, esa ha sido la constante.
En los últimos tiempos, si bien la violencia bipartidista ha llegado a su fin, la intolerancia sigue reinando. Tomemos el caso de la izquierda, que ha tenido bastante atención mediática en éstos días, específicamente con la (re-)elección de Antonio Navarro como candidato presidencial del PDI y con el cubrimiento que EL TIEMPO le asigna hoy a la antigua Unión Patriótica y su trágico destino. Ese último es un tema bastante espinoso y sin duda sensible, que no puede tratarse desde una perspectiva "en blanco y negro", porque no es nada fácil. Pero ilustra bien a qué nos puede llevar la intolerancia.
Leer...
Como ya varios sabrán, la creación de la UP como partido político fue el resultado de los acuerdos de La Uribe que negociaron las FARC y el gobierno del conservador Belisario Betancur (1982-1986) en 1984, en un contexto que incluía una amnistía general y un cese al fuego. Como quiera que éstos últimos temas no dejan de ser importantes dentro de las discusiones actuales, y están relacionados con la intolerancia de entonces y de hoy, la UP no puede ser un antecedente despreciable a la hora de pensar en negociar tanto con los paramilitares como con las guerrillas actuales.
En ese momento, al principio del proceso, todo parecería ir de maravilla, una fiesta de tolerancia y reconciliación entre enemigos mutuos. Pero sólo en apariencia, porque había graves debates y tensiones subyacentes, oscurecidas por la multitud de cámaras de televisión y de micrófonos que, por primera pero no última vez, se lanzaron a devorar los acontecimientos. La intolerancia, desde diversos orígenes, aguardaba el momento preciso para irrumpir en la realidad.
Pronto empezaron las amenazas, las persecuciones y luego los asesinatos, aparentemente concentrándose la mayoría durante el período de gobierno del presidente Virgilio Barco (1986-1990), aunque en realidad ni siquiera se han detenido completamente hasta la fecha (sólo se ha reducido su ritmo con el paso de los años). Las víctimas del exterminio que sufrió la UP son incontables, no hay un número fijo. De hecho, el número realmente no importaría, moralmente hablando, porque el asesinato de 2.000 o de 3.000 o de 4.000 personas es igual de rechazable, despreciable y condenable hasta más no poder: una verdadera masacre ocurrió, día a día, paso a paso, año tras año.
Cuando sí va a importar el número de víctimas es a la hora de pensar en qué es lo que habría que hacer, en la práctica, para buscar una resolución que levante hasta donde sea posible el manto de la impunidad y el olvido que ha ocultado a esos crímenes (menos del 35% de los encuestados por EL TIEMPO identifican correctamente qué fue la UP), mediante un grado de "verdad, justicia y reparación" (la "canción" que está "de moda").
¿A cuántos habría que reparar y de qué manera? ¿Qué hacer con los presuntos responsables particulares e institucionales, que por acción u omisión participaron de esos hechos, algunos de ellos sentados hoy en la mesa de Ralito? ¿Hasta dónde llega la culpa de los paramilitares y narcotraficantes y hasta dónde la del Estado? Preguntas todavía difíciles de responder y que no tendrían fácil resolución en nuestro país, como lo demuestra el total letargo judicial que rodea al caso. Se ha venido acumulando una pesada y enredada carga legal que podría ir a instancias internacionales, donde están informados del tema y no les va a temblar la mano para emitir su veredicto sobre nuestra indiferencia y, claro, nuestra intolerancia.
Pero si bien es obligatorio pensar en los aspectos anteriores, no son suficientes, pues la cosa no se queda ahí. Hay que pensar en qué fue lo que significó y significa realmente la UP para las mismas FARC, qué tan tolerantes fueron con los demás. Sus propios dirigentes del momento admitieron libremente que habían sido tomados por sorpresa con la posición del nuevo presidente, porque venían en plan de guerra al finalizar el controvertido gobierno de Julio César Turbay (1978-1982).
En 1982, durante la Séptima Conferencia de aquella guerrilla, habían craneado, de la mano de "Jacobo Arenas" entre otros (uno de los entonces "históricos" de las FARC, que ha dejado más de un triste legado después de su muerte natural en 1990), un "plan estratégico" (que detallaba un fortalecimiento de su pie de fuerza, reorganización estructural, desdoblamiento de frentes, reafirmación de la utilización de todas las formas de lucha, la incorporación del "-EP" a su nombre y la adopción de otras medidas), con el fin de plantear seriamente, quizás por primera vez, unas metas claras hacia una eventual toma del poder, llegando inclusive a diseñarse cronogramas tentativos (que hoy parecerían risibles...¿o quizás no tanto?).
Es difícil conseguir esos detalles en línea, pero están en varios de los reportajes y libros que se han escrito sobre las FARC y en textos redactados en sus propias palabras o por sus directos interlocutores, sobre todo antes de mediados de los 90s, con alguna que otra excepción posterior. No me los he inventado yo, quien quiera investigarlo por su cuenta es libre de hacerlo y confirmarlo. Todo parece indicar que las FARC, si bien se acogieron rápidamente a las oportunidades políticas que planteó "el buen Belisario", las sumaron a sus planes existentes, pero nunca rechazaron de plano la lucha armada ni replantearon las intenciones expresadas en su Séptima Conferencia. Reinaba la desconfianza.
Por ende la continuación de la "combinación de todas las formas de lucha", ligada a las políticas que siguiera el Partido Comunista en la época de "la Violencia" (1948-1958), era una realidad en la práctica. Como estaban las cosas, el experimento no tenía un futuro demasiado prometedor, en cuanto a que fuese posible alcanzar una paz rápida y sólida, aunque no estaba condenado al fracaso.
Era previsible que se presentase por largo tiempo una situación contradictoria como resultado de la relación "FARC y UP", equivalente a la que en tiempos modernos se ha presentado en el País Vasco ("ETA y Basatuna/PCTV") y en Irlanda del Norte ("IRA y Sinn Fein"), con varios altibajos y mucha tensión política de por medio. ¿Podríamos haber tolerado eso en éste país, que ya tenía un legado lleno de sangre a cuestas? Aparentemente no.
Es cierto que algunos miembros de las FARC, como el mismo "Arenas" y otros cuyas caras son hoy más conocidas, intentaron en algún momento participar en política, y de hecho varios sí lo hicieron de verdad, pero honestamente fue de manera minoritaria. En el grueso del grupo armado y de su comandancia, no se depusieron las armas, no hubo desmovilizaciones, y quizás lo más importante, no se detuvieron los secuestros extorsivos ni se respetó a cabalidad el cese al fuego, sino que inclusive se hizo proselitismo armado a favor de la UP en ciertas regiones del país (¿les suena familiar ese escenario?).
No pretendo justificar con eso el exterminio ni la intolerancia contra la UP, sino presentar algunas de sus otras facetas. Sería simplista y falso decir que ese partido político era apenas un brazo político de las FARC, como sí lo sería hoy el llamado "Movimiento Bolivariano" o el "Partido Comunista clandestino" fundado en el 2000. De hecho, la gran mayoría de los integrantes y militantes de la UP no fueron (ex-)guerrilleros, sino miembros del Partido Comunista, de sindicatos, de distintas organizaciones sociales y otros grupos independientes, varios con un mayor o menor grado de interacción con las FARC.
Quizás muchos eran simpatizantes de las FARC y de su forma de pensar, pero tener esa simpatía, así fuese mal visto, no constituye un crímen. Inclusive puede decirse que la ceguera ante esa misma distinción lo que hizo fue promover y agravar la tragedia, a los ojos de que los que sí justificaron el asesinato de supuestos "guerrilleros" o "colaboradores activos de la guerrilla", cuando el porcentaje de ambos al parecer fue mínimo dentro de la UP. Hasta pueden encontrarse muchos militantes y líderes de la UP como Bernardo Jaramillo Ossa (y otros más), que tuvieron diferencias serias con las FARC, que asumieron un rechazo a la lucha armada y a la "combinación de todas las formas de luchas", pensando en que era necesaria una visión y una actitud más comprometida con la paz y el resto del país.
Desafortunadamente para todos nosotros, de poco valieron esas ideas y llamados a la tolerancia, porque éstos últimos igual terminaron muertos tanto física como políticamente. A los ojos de los numerosos intolerantes que siguen en nuestro medio, sean de izquierda o de derecha o inclusive sin ningún pensamiento en absoluto, no hay casi espacio para la discusión, para el diálogo, para el compromiso real, sino sólo para la toma de decisiones irrevocables y el apoyo irrestricto a sus respectivos proyectos (sean revolucionarios, criminales, militares, políticos, egocéntricos o de otra clase).
Lo demuestra el hecho de que las mismas FARC no cesan de usar métodos asesinos de exterminiocontra los que ellos consideran sus enemigos políticos u "objetivos militares", una distinción prácticamente inexistente después de que tanta sangre haya sido derramada, en su mayoría inútil e injustificablemente. A ellos, y el resto de los violentos de cualquier signo, les haría éste reclamo generalizado: ¿Qué tolerancia pueden reclamar mientras ustedes mismos no toleren al otro? ¿No deben empezar por mostrarse tolerantes?
Quizás alguna de las cosas que debería enseñarnos el exterminio de la UP, al igual que tantos otros actos barbáricos de nuestro pasado, sería que debemos reconocer la existencia de la intolerancia crónica y combatirla como tal. Para dejar atrás tanta violencia, hay que superar ese permanente autismo político mutuo, aprender a aceptar los errores propios y ajenos, y también a dirimir las diferencias pacífica y honestamente, si no queremos seguir rompiéndonos la espalda poco a poco, bajo el creciente peso de los pecados del ayer...y de nuestro presente, que pronto se podría convertir en una carga para futuras generaciones.
PD: Mis disculpas por las reducidas actualizaciones de los últimas días, espero que todo vuelva a su nivel normal en una semana, o cuando mucho en algunos días más. Eso no significa que mientras tanto no vaya a hacer ninguna actualización, claro que no, simplemente habrá más bien poca actividad hasta que ciertas cosas se calmen en la vida real. Pero mejor no hablemos de mí, un ser humano cualquiera, sino de cosas más relevantes.
En los últimos tiempos, si bien la violencia bipartidista ha llegado a su fin, la intolerancia sigue reinando. Tomemos el caso de la izquierda, que ha tenido bastante atención mediática en éstos días, específicamente con la (re-)elección de Antonio Navarro como candidato presidencial del PDI y con el cubrimiento que EL TIEMPO le asigna hoy a la antigua Unión Patriótica y su trágico destino. Ese último es un tema bastante espinoso y sin duda sensible, que no puede tratarse desde una perspectiva "en blanco y negro", porque no es nada fácil. Pero ilustra bien a qué nos puede llevar la intolerancia.
Leer...
Como ya varios sabrán, la creación de la UP como partido político fue el resultado de los acuerdos de La Uribe que negociaron las FARC y el gobierno del conservador Belisario Betancur (1982-1986) en 1984, en un contexto que incluía una amnistía general y un cese al fuego. Como quiera que éstos últimos temas no dejan de ser importantes dentro de las discusiones actuales, y están relacionados con la intolerancia de entonces y de hoy, la UP no puede ser un antecedente despreciable a la hora de pensar en negociar tanto con los paramilitares como con las guerrillas actuales.
En ese momento, al principio del proceso, todo parecería ir de maravilla, una fiesta de tolerancia y reconciliación entre enemigos mutuos. Pero sólo en apariencia, porque había graves debates y tensiones subyacentes, oscurecidas por la multitud de cámaras de televisión y de micrófonos que, por primera pero no última vez, se lanzaron a devorar los acontecimientos. La intolerancia, desde diversos orígenes, aguardaba el momento preciso para irrumpir en la realidad.
Pronto empezaron las amenazas, las persecuciones y luego los asesinatos, aparentemente concentrándose la mayoría durante el período de gobierno del presidente Virgilio Barco (1986-1990), aunque en realidad ni siquiera se han detenido completamente hasta la fecha (sólo se ha reducido su ritmo con el paso de los años). Las víctimas del exterminio que sufrió la UP son incontables, no hay un número fijo. De hecho, el número realmente no importaría, moralmente hablando, porque el asesinato de 2.000 o de 3.000 o de 4.000 personas es igual de rechazable, despreciable y condenable hasta más no poder: una verdadera masacre ocurrió, día a día, paso a paso, año tras año.
Cuando sí va a importar el número de víctimas es a la hora de pensar en qué es lo que habría que hacer, en la práctica, para buscar una resolución que levante hasta donde sea posible el manto de la impunidad y el olvido que ha ocultado a esos crímenes (menos del 35% de los encuestados por EL TIEMPO identifican correctamente qué fue la UP), mediante un grado de "verdad, justicia y reparación" (la "canción" que está "de moda").
¿A cuántos habría que reparar y de qué manera? ¿Qué hacer con los presuntos responsables particulares e institucionales, que por acción u omisión participaron de esos hechos, algunos de ellos sentados hoy en la mesa de Ralito? ¿Hasta dónde llega la culpa de los paramilitares y narcotraficantes y hasta dónde la del Estado? Preguntas todavía difíciles de responder y que no tendrían fácil resolución en nuestro país, como lo demuestra el total letargo judicial que rodea al caso. Se ha venido acumulando una pesada y enredada carga legal que podría ir a instancias internacionales, donde están informados del tema y no les va a temblar la mano para emitir su veredicto sobre nuestra indiferencia y, claro, nuestra intolerancia.
Pero si bien es obligatorio pensar en los aspectos anteriores, no son suficientes, pues la cosa no se queda ahí. Hay que pensar en qué fue lo que significó y significa realmente la UP para las mismas FARC, qué tan tolerantes fueron con los demás. Sus propios dirigentes del momento admitieron libremente que habían sido tomados por sorpresa con la posición del nuevo presidente, porque venían en plan de guerra al finalizar el controvertido gobierno de Julio César Turbay (1978-1982).
En 1982, durante la Séptima Conferencia de aquella guerrilla, habían craneado, de la mano de "Jacobo Arenas" entre otros (uno de los entonces "históricos" de las FARC, que ha dejado más de un triste legado después de su muerte natural en 1990), un "plan estratégico" (que detallaba un fortalecimiento de su pie de fuerza, reorganización estructural, desdoblamiento de frentes, reafirmación de la utilización de todas las formas de lucha, la incorporación del "-EP" a su nombre y la adopción de otras medidas), con el fin de plantear seriamente, quizás por primera vez, unas metas claras hacia una eventual toma del poder, llegando inclusive a diseñarse cronogramas tentativos (que hoy parecerían risibles...¿o quizás no tanto?).
Es difícil conseguir esos detalles en línea, pero están en varios de los reportajes y libros que se han escrito sobre las FARC y en textos redactados en sus propias palabras o por sus directos interlocutores, sobre todo antes de mediados de los 90s, con alguna que otra excepción posterior. No me los he inventado yo, quien quiera investigarlo por su cuenta es libre de hacerlo y confirmarlo. Todo parece indicar que las FARC, si bien se acogieron rápidamente a las oportunidades políticas que planteó "el buen Belisario", las sumaron a sus planes existentes, pero nunca rechazaron de plano la lucha armada ni replantearon las intenciones expresadas en su Séptima Conferencia. Reinaba la desconfianza.
Por ende la continuación de la "combinación de todas las formas de lucha", ligada a las políticas que siguiera el Partido Comunista en la época de "la Violencia" (1948-1958), era una realidad en la práctica. Como estaban las cosas, el experimento no tenía un futuro demasiado prometedor, en cuanto a que fuese posible alcanzar una paz rápida y sólida, aunque no estaba condenado al fracaso.
Era previsible que se presentase por largo tiempo una situación contradictoria como resultado de la relación "FARC y UP", equivalente a la que en tiempos modernos se ha presentado en el País Vasco ("ETA y Basatuna/PCTV") y en Irlanda del Norte ("IRA y Sinn Fein"), con varios altibajos y mucha tensión política de por medio. ¿Podríamos haber tolerado eso en éste país, que ya tenía un legado lleno de sangre a cuestas? Aparentemente no.
Es cierto que algunos miembros de las FARC, como el mismo "Arenas" y otros cuyas caras son hoy más conocidas, intentaron en algún momento participar en política, y de hecho varios sí lo hicieron de verdad, pero honestamente fue de manera minoritaria. En el grueso del grupo armado y de su comandancia, no se depusieron las armas, no hubo desmovilizaciones, y quizás lo más importante, no se detuvieron los secuestros extorsivos ni se respetó a cabalidad el cese al fuego, sino que inclusive se hizo proselitismo armado a favor de la UP en ciertas regiones del país (¿les suena familiar ese escenario?).
No pretendo justificar con eso el exterminio ni la intolerancia contra la UP, sino presentar algunas de sus otras facetas. Sería simplista y falso decir que ese partido político era apenas un brazo político de las FARC, como sí lo sería hoy el llamado "Movimiento Bolivariano" o el "Partido Comunista clandestino" fundado en el 2000. De hecho, la gran mayoría de los integrantes y militantes de la UP no fueron (ex-)guerrilleros, sino miembros del Partido Comunista, de sindicatos, de distintas organizaciones sociales y otros grupos independientes, varios con un mayor o menor grado de interacción con las FARC.
Quizás muchos eran simpatizantes de las FARC y de su forma de pensar, pero tener esa simpatía, así fuese mal visto, no constituye un crímen. Inclusive puede decirse que la ceguera ante esa misma distinción lo que hizo fue promover y agravar la tragedia, a los ojos de que los que sí justificaron el asesinato de supuestos "guerrilleros" o "colaboradores activos de la guerrilla", cuando el porcentaje de ambos al parecer fue mínimo dentro de la UP. Hasta pueden encontrarse muchos militantes y líderes de la UP como Bernardo Jaramillo Ossa (y otros más), que tuvieron diferencias serias con las FARC, que asumieron un rechazo a la lucha armada y a la "combinación de todas las formas de luchas", pensando en que era necesaria una visión y una actitud más comprometida con la paz y el resto del país.
Desafortunadamente para todos nosotros, de poco valieron esas ideas y llamados a la tolerancia, porque éstos últimos igual terminaron muertos tanto física como políticamente. A los ojos de los numerosos intolerantes que siguen en nuestro medio, sean de izquierda o de derecha o inclusive sin ningún pensamiento en absoluto, no hay casi espacio para la discusión, para el diálogo, para el compromiso real, sino sólo para la toma de decisiones irrevocables y el apoyo irrestricto a sus respectivos proyectos (sean revolucionarios, criminales, militares, políticos, egocéntricos o de otra clase).
Lo demuestra el hecho de que las mismas FARC no cesan de usar métodos asesinos de exterminiocontra los que ellos consideran sus enemigos políticos u "objetivos militares", una distinción prácticamente inexistente después de que tanta sangre haya sido derramada, en su mayoría inútil e injustificablemente. A ellos, y el resto de los violentos de cualquier signo, les haría éste reclamo generalizado: ¿Qué tolerancia pueden reclamar mientras ustedes mismos no toleren al otro? ¿No deben empezar por mostrarse tolerantes?
Quizás alguna de las cosas que debería enseñarnos el exterminio de la UP, al igual que tantos otros actos barbáricos de nuestro pasado, sería que debemos reconocer la existencia de la intolerancia crónica y combatirla como tal. Para dejar atrás tanta violencia, hay que superar ese permanente autismo político mutuo, aprender a aceptar los errores propios y ajenos, y también a dirimir las diferencias pacífica y honestamente, si no queremos seguir rompiéndonos la espalda poco a poco, bajo el creciente peso de los pecados del ayer...y de nuestro presente, que pronto se podría convertir en una carga para futuras generaciones.
PD: Mis disculpas por las reducidas actualizaciones de los últimas días, espero que todo vuelva a su nivel normal en una semana, o cuando mucho en algunos días más. Eso no significa que mientras tanto no vaya a hacer ninguna actualización, claro que no, simplemente habrá más bien poca actividad hasta que ciertas cosas se calmen en la vida real. Pero mejor no hablemos de mí, un ser humano cualquiera, sino de cosas más relevantes.
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